Por Julia González
“Tertulia: reunión informal y periódica de gente (generalmente intelectual) interesada en una rama concreta del arte, donde se debate, se comparten ideas y opiniones”, define Wikipedia. Hoy existe otra clase de tertulias, ya sin ese tinte elitista. En la época de nuestras abuelas, en el plano de la poesía, las reuniones eran puertas adentro. Los poetas se juntaban en la casa de alguno y se entregaban a una orgía letrada entre escritos propios y ajenos. Hoy parece que la necesidad de ser escuchados es más grande, ya que estos encuentros no son cerrados sino públicos. Las lecturas se volvieron populares y encima vienen con un bonus track: las acompaña el rock. Quienes escriben deambulan entre nosotros, aunque aún exista esa idea implícita de que los escritores son viejos.
Lo que pasa es que las editoriales son a los escritores lo que las discográficas al rock: eligen a los grandes consagrados para publicitarse. Sin embargo, el NO estuvo de recorrida por varios ciclos que fusionan las lecturas (poesía, narrativa) con el rock, y vio que los escritores también son jóvenes, que escriben (y bien), que editan y publican y arman sus propias tertulias. Existe un mundo oculto detrás de puertas que pueden ser clandestinas, sótanos con olor a humedad o pasillos que conducen al círculo de las letras. La foto repetida de cada encuentro es la de los escritores que se conocen, se saludan, fuman un porro, saben cuál es la prosa de cada uno, intercambian libros y se solidarizan con la lectura del otro.
Vino a Los Mudos y anotó
En el Conventillo de Teodoro, Perón y Mario Bravo, el ambiente es más distendido que en las anteriores lecturas, porque el encuentro que ofrece el grupo de poesía Los Mudos se enfoca en el humor. Al menos el encargado de conducir la velada, un tal Funes (personaje de saco y corbata), anima a los oyentes con una verborragia infernal. A su derecha está Facundo Palazzolo, que toca la guitarra eléctrica y se encargará del soundtrack de la noche, acompañado por una consola que llenará el ambiente con un colchón sonoro. De esta forma, habrá música en vivo hasta que el último abandone el conventillo. Es posible que la mayoría de los asistentes de Los Mudos sea escritor, no obstante Pedro Mairal es el que sobresale.
En los intervalos de las lecturas, Funes volverá a la carga con su papel de showman y subastará, entre otras cosas, la contraseña de un blog que dice que lo aburrió. También subastará la novela Ninguna Parte de Ricardo Romero (que pertenece al grupo de narrativa El Quinteto de la Muerte) y avisa que se vende en las librerías a 30 pesos. “Philip Roth escribe como el culo y sale 52 pesos. Decime otro que escriba como el culo, Pedro”, y Mairal, rápido, le responde desde su chopp: “Mairal”. Todos se ríen. Luego rifan cinco CDs de diferentes bandas que Funes mismo grabó, donde además agregó una poesía de algún autor que se encontraba entre el público.
Hacia el final, Juan Diego Incardona lee su cuento El Orejudo, una ficción del caso policial el Petiso Orejudo. El escritor mete misterio y horror mediante una lectura acorde con las exigencias de su prosa. Incardona mantuvo cincuenta minutos al público aterrado y expectante.